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Relato: El resto de mi vida

¡Hola, cuentistas!

Ya ha llegado ese momento de la semana, en el que nos decidimos a actualizar. Ya han pasado dos semanas desde el último Relato Cuentista, así que os traemos uno nuevo. Os recordamos que podéis seguir sugiriendo relatos en redes sociales con el hashtag #RelatoCuentista o en los comentarios de esta misma entrada.

(Atención, a partir de aquí puede haber spoilers: si no has leído Alianzaste recomendamos que no sigas leyendo)

En esta ocasión os traemos una escena narrada desde el punto de vista de Seaben que ocurre la mañana después de la partida de ajedrez, cuando Eirene y Fay se topan en el jardín de palacio con Lowell y Seaben. Este relato se desarrolla tras su encuentro, cuando la princesa de Nryan se va a buscar la capa del príncipe para devolvérsela.

El resto de mi vida

Seaben

Lowell grita mi nombre.

Aprieto el paso. No sé qué acaba de pasar ahí atrás, solo que Eirene y yo mencionamos que habíamos estado jugando anoche al ajedrez y mi caballero y la princesa de Veridian estuvieron a punto de echársenos encima. Como si hubiéramos cometido una infracción o los hubiésemos apuñalado por la espalda. Y pese a que puedo llegar a entender la reacción de Fay —su prima está confraternizando con el enemigo—, no encuentro motivos para excusarla.

Miro al frente con obstinación mientras él se pone a mi lado. Apenas se le ha alterado la respiración.

—¡Te he dicho que me esperes! —exclama, aunque ya está junto a mí—. ¿Qué acto de traición es este?

Cuando giro la cabeza para mirarlo tiene los labios fruncidos en una mueca, en una expresión con la que pretende hacerse el ofendido. No le sale del todo bien, y yo casi siento la tentación de echarme a reír. Me contengo, aunque me permito esbozar una sonrisa burlona.

—Jugamos al ajedrez, Lowell, no le abrí mi corazón y le pedí que nos fugáramos juntos. —Bueno, lo cierto es que le conté más cosas de mí de las que le he contado a mi propia prometida, pero eso mi compañero no tiene por qué saberlo—. Si no te conociera, casi diría que eso de ahí atrás —sin apartar los ojos de él, hago un gesto con la cabeza— eran celos.

Su cara de exasperación me deja bien claro lo que piensa sobre mi broma, pero creo que meterme con él es lo mínimo que puedo hacer después de ofenderse por una tontería como que haya jugado al ajedrez con Eirene.

—¿Celos? —resopla—. Por si no te ha quedado claro durante todos estos años, te faltan atributos —abre y cierra las manos sobre su propio pecho, para indicarme en qué parte del cuerpo está pensando exactamente — para provocar algo así

Dejo los ojos en blanco.

—Entonces, entenderás que considere que a ti te faltan atributos —y me doy un par de golpecitos con el dedo en la sien— para que te considere un buen jugador de ajedrez. Con ella ha sido… más divertido. —Me humedezco los labios al pensar en su rostro pensativo a la luz de las velas, y en la forma en la que respondía a mis preguntas.

Sacudo la cabeza. Lowell, a mi lado, frunce el ceño. Sus ojos se entrecierran, como si estuviese intentando leer mi rostro. O mi mente.

—Sí, sí —dice, con impaciencia. Obviamente molesto—. Lo que tú digas. Pero es una traición que no me hayas contado que ahora te dedicas a pasar las noches con la prima de tu prometida.

Y me lo he pasado mejor con ella en una sola partida de ajedrez que en tardes enteras paseando en ese silencio incómodo con la princesa de Veridian. Ella no me da conversación y, de hecho, apenas se digna a mirarme a la cara. Como si me tuviera miedo. Como si le disgustase profundamente. Es obvio que lo hago.

—No creo que mi prometida se prestara a pasar las noches conmigo. —Dudo que se prestara a pasar el resto de su vida conmigo, si a nuestros padres se les hubiera ocurrido preguntarle su opinión—. Además, sabes que me cuesta dormir.

—¿Y por eso es mucho mejor dedicarte a cortejar a otra? —Abro la boca, para corregirlo, pero él se me adelanta y me mira, algo preocupado—: ¿Seguro que solo habéis jugado al ajedrez?

Me detengo, al pie de las escaleras de entrada al castillo. Me giro hacia él, con un suspiro agotado. No me gusta esa indirecta. No me gusta que crea que entre la elfa de Nryan y yo hay algo. Yo tengo a Fay, incluso si no me gusta. Incluso si… vamos a acabar odiándonos. Suspiro y me masajeo el puente de la nariz, aunque miro al suelo.

—No estoy cortejando a Eirene de Nryan —le aclaro—. Y sí, solo jugamos al ajedrez. La noche era fría y ella estaba en camisón: me porté como un caballero y le ofrecí mi capa. —Alzo la cara. No me puedo creer que le esté dando explicaciones. Ambos somos adultos. No deberíamos tener que dar cuenta de nuestros actos a nadie—. Te recuerdo que el que se la come con la mirada eres tú.

Lowell no lo niega. Se cruza de brazos, detenido junto a mí, aunque con un pie sobre el primer escalón.

—No te creo —asegura, aunque ya no soy capaz de discernir si habla en serio o en broma—. Quizá debería acompañarte, no vaya a ser que decidas darle más prendas de ropa…

Decido tomármelo con filosofía:

—Si eso sucediera, sería embarazoso que tú estuvieras delante. —Empiezo a subir la escalera—. Dame un momento, ¿quieres? Saldremos a cabalgar juntos cuando vuelva.

Lowell deja escapar un sonido de descontento que oigo perfectamente.

—La prima es para mí —lo oigo refunfuñar—. Yo la vi primero.

Cuando echo un vistazo por encima de mi hombro, se está señalando con el pulgar. Titubeo. ¿Lowell y Eirene? Hay algo que no acabo de ver en esa pareja, incluso cuando ella es tan directa como él, y ninguno de los dos parece tener inhibiciones. Con sus caracteres fuertes, creo que habría un choque inevitable. Acabarían matándose el uno al otro. Trato de sonreír.

—Nada de princesas para ti, Lowell —repongo, siguiéndole el juego—. Sus padres quieren que lleguen doncellas al matrimonio.

No espero por su respuesta, aunque casi puedo imaginarme su fingida indignación. Le hago un gesto con la mano por encima del hombro y entro en el castillo, apurando el paso. Me ha quedado una extraña sensación, tras hablar con él, que me intento sacudir de encima.

Me encuentro con Eirene en uno de los pasillos del primer piso. Aunque camina por delante de mí, en dirección a la biblioteca, se queda parada al escuchar mis pasos y se gira. Lleva mi capa roja entre los brazos. Me sonríe. Cuando finalmente me detengo ante ella, me la tiende. La acepto de buen grado y me la echo sobre los hombros.

—Estaba convencida de que tu fiel caballero no te dejaría huir.

Mi fiel caballero en ocasiones puede ser muy estúpido.

—He escapado de él, aunque no puedo quedarme mucho. —Me concentro en el broche de mi capa, aunque echo de menos un espejo ante el que poder colocármelo. Alzo la vista un instante, con una sonrisa burlona—. Creo que teme por mi honra si me quedo a solas contigo, así que no tentaré a la suerte.

Eirene se acerca y me aparta las manos para encargarse ella de ponerme bien la capa. Doy un respingo. Apenas puedo ver sus dedos trabajar, pero sí su expresión divertida. Miro al techo. Un roce cerca de su piel contra mi garganta. Trago saliva.

—Qué exagerado —murmura ella, y no necesito ver el brillo travieso de sus ojos para saber que está ahí—. Dile que solo me como algunas piezas de tu bando en el ajedrez, no a ti.

Ese es un comentario que, muy probablemente, también podría haber salido de sus labios.

—A veces olvida que no todos los hombres pierden los papeles ante una chica bonita. —Ella da un paso atrás en ese momento y yo hago una inclinación de cabeza, tocándome los bordes de la capa—. Gracias.

Hace un ademán de quitarle importancia.

—No se lo digas a mi prima —me advierte, con más seriedad en el rostro de la que expresa su voz—. Ella preferiría que te clavase el broche en el corazón y considerará una traición que haya dejado pasar la oportunidad de hacerlo.

Siento ganas de reír ante la imagen que convoca mi mente: una Eirene salvaje, enseñando los dientes y con la aguja del broche dispuesta como arma. Resultaría una digna fierecilla.

—Muy bien —accedo, siguiéndole el juego—. Entonces, este encuentro no ha tenido lugar. Ten un buen día, Eirene.

Su sonrisa se amplía cuando digo su nombre. Me responde con una inclinación de cabeza.

—Igualmente, Seaben.

Me digo que es una tontería, que todas las personas cercanas a mí me llaman por mi nombre, pero se me escapa una sonrisa también. Cuando pasa por mi lado, no puedo evitar seguirla con la vista. Ella no se da cuenta.

Al menos una de las dos elfas en el palacio no escapa de mí. Suspiro y me pregunto hacia dónde me dirijo, con todo el asunto de Fay. Eirene podría haber sido una prometida más amable. O, al menos, una de que no me odiase. Una que no rehuyese mi mirada ni apartase la mano cuando intento cogérsela. Una que no se pusiese completamente roja cuando beso sus nudillos ni ocultase sus sentimientos. Una mujer con la que compartir preocupaciones y secretos…

Cojo aire. Eirene desaparece por el pasillo y yo me giro, tomando otro camino para salir al exterior, solo para no volver a encontrármela.

Fay de Veridian es mi prometida, y nadie puede cambiar eso. Ella será mi esposa en unos días, y es mi deber como príncipe aceptar la alianza que la reina considera la mejor para el país. Mi país. Si Lowell tiene razón en una cosa es que es con mi futura mujer, y no con su prima, con quien debo pasar mi tiempo ahora.

Y después, el resto de mi vida.

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