¡Hola, hola, marabilienses!
La semana pasada comenzábamos la cuenta atrás para Reinos de cristal con el primero de una serie de relatos centrados en los personajes protagonistas de la saga Marabilia, y aquí estamos para ofreceros el segundo.
En este caso, advertimos que hay spoilers de Sueños de piedra, un detalle de Ladrones de Libertad que os destriparéis si no la habéis leído, y un gran spoiler de Jaulas de seda, ya que, de hecho, se situaría en el tiempo en el epílogo de la cuarta novela de la saga.
Arthmael
Una lluvia de pétalos blancos como copos de nieve cae sobre los recién casados mientras Ivy de Dione y Fausto de Granth se besan ante el pequeño grupo congregado en los jardines de palacio. Las felicitaciones son muchas y altas, y yo me pregunto si podrían llegar a otros oídos que no sean los de lo invitados. Puedo imaginarme al reino despertando mañana y recibiendo con incredulidad la noticia de que su reina ha contraído matrimonio durante la noche. Estoy seguro de que muchos celebrarán la unión y la considerarán romántica. Para mañana al atardecer, los cuentos no habrán dejado de volar de oreja en oreja y, con toda probabilidad, se habrán escrito una decena de canciones hablando sobre los dos amantes que se casaron bajo las narices de los nobles del reino sin que ellos se enteraran. Y serán estos últimos, precisamente, los que pongan el grito en el cielo. Se lo advertí a ambos cuando llegué a Taranis ayer, pero Ivy simplemente se encogió de hombros y Fausto miró a su prometida como si su decisión fuera motivo de orgullo.
—Van a ser muy felices.
La voz a mi lado me obliga a apartar la vista de la reina, que acepta las felicitaciones de Kay de Dahes y la abraza como si fueran hermanas.
—Puede que al principio les lluevan las críticas por cómo han hecho las cosas, pero…
Me corto a media frase, no muy seguro de si deseo continuar y dejar que el calor en mis mejillas se vuelva más evidente. Lynne me está observando con las cejas alzadas y un brillo de curiosidad en los ojos. Está preciosa, incluso cuando solo la iluminan las estrellas y la luna. Viste sobriamente, de un granate que se ha convertido en negro en la creciente oscuridad, pero que sé que haría destacar el castaño de sus ojos y sus cabellos si su figura estuviera iluminada. A pesar de que podría permitírselo, no lleva joya alguna. Trato de no pensar en lo mucho que me gustaría enredar los dedos en sus rizos sueltos. En lo feliz que sería dejándola vestida solo con su rubor.
—¿Qué ibas a decir? —murmura, no sin cierta malicia, consciente de mi vergüenza.
—Que, pese a todo, seguro que piensan que merece la pena. —Bajo la vista a la sombra de mis pies. A mi favor diré que no creo ser tan torpe con las palabras en mi boca la mayor parte del tiempo—. Es decir, ha sido una ceremonia bonita, con el… encanto que tienen las cosas secretas. —Estoy seguro de que Lynne alza las cejas incluso más alto, y yo creo que es la primera vez en mi vida que deseo que la tierra se abra y se me trague ante ella—. Considero que las bodas son muy… especiales.
—Especiales —repite ella, como un eco. Como si la elección de palabras le pareciese especialmente graciosa.
—No deja de ser una pareja haciendo magia delante de nuestros ojos.
—Pensaba que el que hacía magia era el nigromante que llevaba la ceremonia.
Intento obviar la burla. El oficiante, Logen, parlotea con la Hechicera del Reino. Parece tan feliz como si él mismo se hubiese casado.
Arthmael, has ido a buscarte a la mujer más romántica de toda Marabilia.
—Pues a mí me gustaría pensar que cuando nos casemos estaremos haciendo magia.
Ella ya no se ríe. Su expresión deja atrás la burla con la que me estaba tratando y yo alzo la mano para acariciar la cálida curva de su mejilla. En un acto reflejo, su mirada nerviosa pasa por encima del resto de invitados, pero nadie nos está mirando. La mayoría de los presentes, de hecho, ya saben de nuestra relación, y si hubiera alguien que todavía no se hubiera enterado, yo mismo estaría dispuesto a gritárselo, si hiciera falta. Pero, por supuesto, Lynne es más cauta. Por eso da un paso atrás.
El calor de su vergüenza se me escapa entre los dedos, pero yo estiro el brazo antes de perder del todo el contacto y atrapo su mano. Mi pulgar se presiona contra las líneas de su palma, esas en las que dicen que está escrito nuestro futuro.
—Sueño con ello —murmuro, cuando ella no me echa en cara que no estemos solos—. Todas las noches, desgasto la imagen de tus brazos a mi alrededor, mientras nos besamos delante del mundo, como ellos acaban de hacer.
Contengo la respiración. Dos agónicos latidos después, sus dedos empiezan a jugar entre los míos. Una ráfaga de aire atrapa nuestras manos entrelazadas entre los pliegues de mi capa, ocultándolas de cualquier curioso, aunque parece que a ninguno de los dos nos importa que nos vean.
—Pronto… —susurra ella, en un suspiro—. Muy pronto, Arthmael… Ya hemos pasado así demasiado tiempo, ¿verdad?
El corazón me da un vuelco. La realidad misma parece hacer una pirueta a nuestro alrededor, antes de asentarse de nuevo como la superficie de un lago molestada por un guijarro.
Probablemente lo he entendido mal.
No ha podido decir lo que yo creo, pero no me atrevo a preguntar. No me atrevo a moverme, tampoco, a pesar de que ella da un paso hacia mí.
—Creo que he conseguido bastante —murmura, todavía más bajo. Tanto que casi no puedo escucharla por encima del latido ensordecedor de mi corazón.
—¿Vas a volver a… a Duan?
—No inmediatamente. —Eso no lo dice mirándome, sino fijándose en algún punto de mi casaca. Su mano libre se alza para tocarse el pelo en un gesto nervioso, nuevo en ella. Se asegura un mechón suelto tras la oreja—. Aún hay… cosas que tengo que atar. Cosas que necesitan de mi atención. Pero…
No acaba la frase. No es necesario. Pronto pende sobre nuestras cabezas, como una corona: igual de magnífica, igual de pesada.
La risa burbujea en mi estómago, pero no la dejo salir. Siento los labios tirantes, cuando sonrío. Algo pica en mis ojos, y sé que se me han iluminado, como cada vez que la veo por primera vez en el verano. Como cada vez que la descubro durmiendo a mi lado por la mañana. Mis dedos se aprietan contra la piel de su mano, y me inclino. No me importa quién esté mirando. Taranis al completo podría estar aquí y, aun así, no perdería la oportunidad. De todas formas, hay tantos rumores sobre mí, sobre mis amantes, sobre mis aventuras, que no importará una gota más en el mar. Si alguien dijese algo, el cuento se extenderá pero como todos los cotilleos, morirá y se transformará en algo que ya no sería la verdad, como siempre.
Cuando mi boca toca la de ella, el mundo desaparece durante unos milagrosos segundos. Los problemas se desvanecen.
Cuando me separo de sus labios, mi brazo ya está alrededor de su cintura. Hundo el rostro en su cuello. Huele a perfume, no a mar, como siempre. Huele a flores, a los pétalos que se han quedado enganchados entre sus rizos desordenados.
—Lynne… —Su nombre se me escapa de la garganta como un ruego. Como un deseo que se ha hecho realidad.
Aunque no puedo verle el rostro, sus brazos se alzan, para abrazarme en respuesta. Es un gesto cálido, reconfortante. Sus dedos enredados entre mi ropa me ofrecen la certeza de que no se va a deshacer. De que es tan cierta como el suelo que pisamos. Como yo mismo.
—Pronto estaremos juntos, Arthmael —dice en mi oído, con su respiración besándome la piel—. Pronto todo habrá merecido la pena. Y no volveré a marcharme, nunca.
Qué tontería. Río, sin poder evitarlo, aunque es un sonido entrecortado, muy quedo, casi temeroso. Siempre ha merecido la pena. Desde el principio. Aunque hubiéramos tenido que seguir así veinte años. Sí, puede que doliese. Sí, puede que a veces la espera fuese una verdadera tortura. Pero cuando la encontraba después de once meses escribiéndole, sonriéndonos y acariciándonos a través de cartas interminables y de la incertidumbre de no saber qué pasaría a continuación… descubría que todo había merecido la pena.
—Te quiero, Lynne —es mi única respuesta—. Te quiero tanto…
Cuando ella se estremece, yo la envuelvo conmigo bajo mi capa.
Cuando nuestros ojos se encuentran, y ella me susurra a cambio que me ama, sé que, si me lo pidiera, podría aguardar mil años más por ella.
Me he quedado intentando que la página bajara más. Arthmael es un tonto enamorado demasiado adorable y Lynne… Bueno, es Lynne, única. Me ha gustado muchísimo poder leerlo y con que sólo una tercera parte del libro sea así voy a tener agujetas de tanto sonreír.
Gracias por compartirlo.
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mi corazon! adoro a esta pareja y espero con temor su momento de estar juntos al fin, espero con ancias Reinos de Cristal, pero espero que el titulo no tenga que ver con la ruptura de algo importante
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Me encantan estos dos personajes y espero que tengan un final muy feliz
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No me ha dado tiempo a leer la primera frase y ya estaba llorando y riéndome a la vez. Este es exactamente el tipo de contenido que necesito para ser feliz.
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