Ladrones de libertad, Marabilia, Reinos de cristal, Relatos

Relato: Persiguiendo el horizonte

¡Hola, marabilienses!

Ya estamos en la tercera semana desde que empezamos nuestra cuenta atrás para Reinos de cristal, por lo que os traemos un tercer relato para celebrar la próxima publicación de la novela. En este caso, como en los anteriores (que podéis leer aquí y allá), os traemos una historia corta de otro de los narradores de la última entrega de Marabilia. Este está contado desde el punto de vista de Kay (siempre junto a sus amigos), por lo que hay spoilers importantes de Ladrones de libertad, así como de Jaulas de seda y Sueños de piedra. Leed bajo vuestra propia responsabilidad.

¡Hasta la semana que viene!

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Kay

El paisaje nevado se extiende ante nosotros como un lienzo en blanco. Hay decenas de tonalidades diferentes, sin embargo, una vez la vista se acostumbra, desde el hielo que parece formarse rápidamente sobre los cascos de las barcas que hemos empujado hasta la orilla pasando por el color de las nubes contra el azul pálido de este cielo invernal. La espuma de mar permanece intacta sobre las olas, que lamen la arena que pasa rápidamente de ser blanca y fina a estar escondida bajo una capa de nieve. El súbito cambio sólo podría ser cosa de la magia, que parece envolver la isla como un escudo que, si las leyendas son ciertas, defiende el cuerpo inerte e intacto del amante de un nigromante, oculto en el corazón de este lugar.

Nosotros nunca lo hemos visto, pero eso no significa que no creamos que este rincón apartado de Marabilia no sea una tumba. Una blanca, perfecta, dispuesta a enterrar también a todo aquel que quiera perturbar el sueño de ese durmiente que, sin embargo, ya nunca volverá a ver la luz del sol.

—De todas las islas de todos los océanos…

Collen, a mi lado, estampa sus pies contra la nieve, aunque eso solo hace que más copos se adhieran a sus botas. Sé que está descontento sin necesidad de ver su expresión, ya que no hay mucho que se pueda adivinar de él bajo las capas que lo envuelven y lo hacen parecer dos veces su tamaño. Sus palabras mismas salen amortiguadas por la bufanda que le cubre la boca.

Rick se acerca a él por detrás y lo rodea con sus enormes brazos, haciéndolo casi desaparecer. Lejos de molestarse, Collen se apoya contra su cuerpo, como si pretendiese robarle el calor.

—¿Tienes frío? —pregunta el grandullón, lo suficientemente bajo como para convertir la pregunta en una conversación privada.

—¿Tú qué crees, al verme vestido así y temblando, Rick? —gruñe su novio, aunque es obvio que no está tan molesto como intenta aparentar—. ¿No podríamos haber ido a algún otro lado a coger materiales? ¿No podría haber venido cualquier otro barco de la flota?

—¿Y qué tal si dejamos de quejarnos y nos ponemos manos a la obra? Cuanto antes acabemos, antes podremos volver al barco y marcharnos de aquí.

Adina nos observa a todos con las manos en las caderas y los pies bien separados, como si quisiera parecer más grande de lo que realmente es. No lleva capucha, aunque sí un gorro de lana que, sin embargo, no puede ocultar del todo su pelo revuelto por el viento.

—Espero que volver al barco después de esto incluya una botella por cabeza para entrar en calor.

La capitana entorna los ojos cuando Tayeb pasa por su lado, pero ni siquiera entonces pierde la sonrisa burlona. Es, probablemente, al marinero que más desearía echar a patadas del Sueño de Justicia, aunque yo creo que podrían llevarse bien si aprendiesen a dejar de lado su orgullo. No es que fueran a ser los mejores amigos entonces, pero al menos así quizá dejaríamos de temer por la vida del rydiense, sobre el que hay apuestas de cuánto tardará la capitana en tirarlo por la borda aprovechando cualquier despiste.

—Primero gánatela —repone, con voz falsamente melosa—. Después, ya veremos si me siento lo suficientemente benevolente como para abrir la bodega.

Por supuesto, no le dedica más que ese comentario. No lo mira y, si se da cuenta de cómo él parece traspasarla con los ojos, no lo hace notar. En lugar de eso, da un par de palmadas con sus manos enguantadas, con la intención de llamar al resto al orden, y es la primera en adelantarse.

—Ya sabéis lo que tenéis que hacer. Un grupo conmigo y el otro, con Nadim.

Hay un asentimiento general, con algunos miembros de la tripulación claramente más emocionados que otros. Como si estuviera orquestado, dos grupos se forman de inmediato: los que un día viajamos a bordo del Angelique nos quedamos cerca de Nadim, que se aproxima tras haber cubierto las barcas de las inclemencias del tiempo, mientras que los demás, los que se unieron al Sueño de Justicia una vez se hizo parte de la flota de Lynne, se marchan por la nieve con Adina. Ella sabe que no es nada personal. Que hay algo que une a este grupo que los otros nunca tendrán. Un sentimiento de familia diferente del que simplemente se forja con la convivencia y los largos días en alta mar.

—¡Un poco más de brío, capitán! —azuza Sabir a Nadim—. No querrá que nadie se convierta en estatua de hielo, ¿verdad?

Nadim gruñe. Es un sonido bajo, de disgusto, que todos sabemos que viene por el distintivo de «capitán». Muchos parecen creer que esa ya es razón suficiente para usarlo.

—Soy el segundo de a bordo —nos recuerda—. Y que alguien insinúe lo contrario podría considerarse un intento de rebelión contra la capitana.

Yo sonrío y me ajusto los guantes, que no hacen mucho por evitar que sienta las manos heladas. No me importa, igual que no me importa el viento en las mejillas, que nos enrojece la piel a todos.

—Oh, vamos, todos somos conscientes de que a la capitana no le queda mucho tiempo en el Sueño de Justicia.

Nadim me lanza una mirada de censura.

—Eso no lo sabes.

—Claro que lo sabemos —me apoya Collen—. Adina se marchará al Sueño de piedra en cuanto Lynne decida que su lugar está en Silfos, al lado del rey. Y, a lo mejor, asistir a la boda de Ivy de Dione le ha dado alas a esa idea…

Mi amigo y yo intercambiamos una mirada cómplice. Hemos pasado más tiempo del que quiero admitir haciendo cábalas sobre el futuro de Marabilia, y en todas las opciones pensadas, Lynne y Arthmael gobernaban juntos sobre Silfos.

—¿Y por qué estáis tan seguros de que Adina o Lynne me dejarán a mí al mando, si realmente están pensando en esos cambios?

—Oh, por favor. —Para mi sorpresa, es Sabir quien lanza los brazos al cielo, como si la conducta de Nadim lo exasperase—. Ha ido dándote más y más responsabilidades estos últimos meses. Es obvio que te está poniendo a prueba.

—Si hasta Sabir se ha dado cuenta, no te puede quedar ninguna duda.

—¿De qué vas, renacuajo?

Una bola de nieve le da a Collen en la espalda, que deja escapar un grito nada digno. Yo río, pero Rick se vuelve con cara de pocos amigos y, antes de que me quiera dar cuenta, ya está agachándose para crear una esfera del tamaño de su gran manaza.

—Vas a arrepentirte de haber hecho eso.

Solamente tardan unos segundos. Pronto hay dos bandos y están lanzándose nieve y la pelea nunca llega a ser tal, porque los hombres ante mí, los más feroces guerreros que jamás he conocido, se ríen y juegan como niños pequeños. Nadim suspira exasperado, pero incluso él no les dice que paren. Que se comporten.

—¿Capitán? Lo único a lo que puedo llegar es a niñero en un barco. —Sus ojos se posan sobre mí—. Al menos espero que me ayudes a cuidar de ellos.

No podría borrar la sonrisa de mis labios ni aunque quisiera, si bien es cierto que hay un pensamiento que amenaza con ensombrecer mi ánimo. En vez de dejarme arrastrar por él, sin embargo, en vez de recordarme que yo tampoco estoy en una posición que pueda guardar para siempre, que, como Lynne, en algún momento tendré que convertirme en reina, me permito descansar. Me permito seguir formando parte de esta familia, de las travesuras y las aventuras y los viajes persiguiendo el horizonte.

—Eres un aburrido.

Y con un empujón, con todas mis fuerzas, lo hago perder el equilibrio y adelantarse dentro del fuego cruzado de los demás. Alguien le da de lleno en el costado, y veo a Owain lanzarle una bola encantada directamente a la cara. Nadim no se ríe, pero cuando se vuelve hacia mí sé que no se lo ha tomado mal, porque la sonrisa está en su rostro incluso cuando todavía hay copos cayendo de su cabeza.

—Oh, esto es la guerra.

Doy un par de pasos hacia atrás mientras alzo las palmas de las manos para demostrar que soy completamente vulnerable.

—No lo haréis —murmuro—. ¿Y vuestro honor?

—Una vez pirata, siempre un pirata, sirena. No conocemos el honor.

Varias manos se levantan, listas para disparar.

—No tenemos tiempo. La mercancía…

Mis protestas se cortan con mi grito. Una avalancha de bolas de nieve y risas cae sobre mí.

Y se me ocurre, aquí y ahora, que no cambiaría este instante por trono o corona alguna.

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