Marabilia, Sueños de piedra, Títeres de la magia

Títeres de la magia: Lynne y Arthmael

¡Hola una semana más! Seguimos con las noticias sobre Títeres de la magia. 

Si habéis leído Sueños de piedra conocéis muy bien a los dos personajes que ocupan hoy nuestra entrada: Lynne y Arthmael fueron los protagonistas de esa novela, y en Títeres de la magia volverán para acompañar a nuestros nuevos protagonistas durante algunas páginas de esta aventura. ¿Cuántas? ¿Muchas? ¿Pocas? Eso no lo podréis saber hasta septiembre, cuando salga el libro.

Pero ¿qué ha sido de Arthmael y Lynne en este tiempo? Lehanan Aida los ha dibujado para esta entrada, y nos complace deciros que Nocturna Ediciones tendrá a disposición de todos postales con esta imagen el próximo día 3 de junio en la Feria del Libro de Madrid, en la presentación de Arena Roja, de Gema Bonnín, tras la cual desvelaremos la portada de Títeres de la Magia. Pero volvamos al tema y vamos a ver a la pareja, que los tres años que hay entre Sueños y Títeres también han pasado por ellos:

Lynnael
Lynne y Arthmael (en Títeres de la magia), by Lehanan Aida.

Nombres: Lynne y Arthmael

Edades: Lynne 20 años, Arthmael 22 años.

Ocupaciones: Lynne, mercader. Arthmael, rey de Silfos.

Intereses: Para Lynne, los negocios y sus viajes; para Arthmael, su reino y las aventuras. Y por supuesto, el uno del otro.

Su historia (contiene algunos spoilers de Sueños de piedra):

Desde que Lynne se marchó de Silfos ha tenido que demostrarle a muchas personas que sirve para lo que siempre quiso ser y durante mucho tiempo no le permitieron: mercader. Creando un negocio casi de la nada, con un barco muy pequeño al principio, ahora cuenta ya con una tripulación fiel y un barco algo más grande que ella misma capitanea. Sus viajes a menudo la llevan lejos de Marabilia, y su nombre ya ha empezado a sonar como el de la extraña muchacha que siempre consigue los objetos más extraños y a la vez los recursos más necesarios. Pese a que ha empezado a conseguir tratos muy beneficiosos e incluso colaboraciones con las coronas de algunos países, también hay quien se burla de ella y la considera una rareza o incluso un absurdo, pero hace mucho que esos comentarios no consiguen afectarle. Lynne sabe qué es que alguien intente hacerte sentir menos de lo que eres, y por eso se ha rodeado de una tripulación que sabe quién puede ser de verdad.

Respecto a Arthmael, desde que tuvo que tomar las riendas del Silfos no le ha quedado otra que madurar. O intentar hacerlo. Ser rey no es tan maravilloso como él pensaba, ni tan emocionante: odia los largos días en el despacho y los asuntos con los nobles, que siempre parecen dispuestos a sacarle de sus casillas, pero al menos no está solo: en ese tiempo también ha aprendido a valorar más a su hermanastro, a quien ha tenido que ayudar a criar a su hijo, su sobrino Brydon. Bajo su mano, y gracias también a la asesoría de Jacques, el reino se mantiene y sigue adelante, y a él le gusta pensar que puede hacerlo mejorar cada día un poco más. Espera que su pueblo al final le recuerde no solo como el héroe del que muchos hablan, sino también como un buen rey.

Cada uno a su manera, Lynne y Arthmael han encontrado familias que los apoyan y los acompañan en el camino que recorren cumpliendo sus respectivos sueños. Pero sobre todo, se siguen teniendo el uno al otro: incluso cuando solo pueden verse un mes al año, siguen juntos. Cuando están lejos se echan de menos tanto que duele, y las cartas muchas veces parecen insuficientes, pero cuando vuelven a verse, aunque sea poco tiempo, saben que todo merece la pena. En esos meses, siempre hay un sitio nuevo al que viajar o una nueva aventura que vivir juntos. En esta ocasión, unos extraños venenos que están causando estragos por toda Marabilia reclaman su atención…

Un fragmento (primera aparición en Títeres de la magia)

 —¿Qué hacéis vosotros aquí?

Vomito las palabras sin pensar, por la sorpresa. Me tengo que pasar la mano por los ojos para asegurarme de que no estoy soñando, pero cuando la aparto, Lynne y Arthmael siguen allí. De hecho, Lynne se pone en pie en ese mismo momento. Apenas ha cambiado, excepto por el cabello: le ha crecido mucho desde la última vez, y lo lleva arreglado en una trenza interminable de la que, pese a sus esfuerzos, se escapan un montón de mechones. Como recordaba, viste ropas cómodas: calzas, camisa y casaca. Su piel está bronceada por los largos viajes por mar.

La veo abrir la boca, pero antes de que algún sonido escape de entre sus labios, yo ya la estoy abrazando. Y me alegro de hacerlo, porque había olvidado lo cálida que es. Había olvidado que siempre se sorprende cuando recibe el cariño de otros, pero que a mí me lo devuelve sin reservas. Oculto la cara en su cuello. No huele a perfume, sino a mar, a la brisa que se le ha quedado enredada en los cabellos y a aventuras y leyendas de las que me gustaría ser partícipe pero en las que solo ella es la heroína. Suspiro y rio, al escuchar su propia risa, alegre y fresca. De pronto vuelvo al momento en el que nos conocimos. Vuelvo a tener catorce años. Vuelvo a cuando ella me tapaba por las noches y yo me agarraba con fuerza a su cintura para no caerme del caballo.

Cuando nos separamos un poco, para mirarnos, me fijo en ella con más atención. No puedo evitar preguntarme qué podría encontrar en ella que no se vea a simple vista, así que decido asomarme a su aura. Es algo que he tenido que aprender y sospecho que todo lo que soy capaz de ver es todavía poco, en comparación con lo que verá alguien experimentado, pero no puedo evitar la curiosidad. Soy consciente de lo que tengo que hacer: concentrarme y mirar alrededor, a los contornos de su figura, allá donde solo hay aire y, al mismo tiempo, se esconde mucho más. Debo imaginar y pedirle a la magia (no a mi magia, sino a la magia que palpita en todo el mundo) que me enseñe lo invisible. El poder de los nigromantes funciona así: como un pacto casi sensorial, como tratos con los propios Elementos. Mientras que en la hechicería la magia proviene de uno mismo, la nigromancia parece recurrir a entes más fuertes y lejanos.

Entonces la veo, al principio muy difusa, y después más consistente: alrededor de mi amiga, palpitando al ritmo de su corazón, su aura reacomoda sus límites todo el tiempo. Resulta extraño ver una, ya que todos aquí mantenemos la nuestra oculta gracias a nuestros amuletos. La de Lynne está llena de fuerza, oscura pero no amenazante. Hay bastantes manchas negras y, si me concentro, grietas profundas del mismo color. Hay pinceladas grises y espirales granates y, en los bordes, un brillante color dorado que parece intentar escapar de su alcance. No sé qué significa.

—Pero ¡mírate! ¡Si estás hecho todo un hombrecito, Hazan! —me dice, distrayendo mi atención del análisis. Me revuelve el pelo y yo me ruborizo un poco, complacido. Pensé que el gesto era igual que el que me dedica siempre Clarence, pero de pronto me doy cuenta de lo diferentes que son—. No parece que sea nuestro niño, ¿verdad?

Lynne se vuelve hacia su acompañante, que se mete una galleta en la boca con aire aburrido. Arthmael de Silfos también sigue igual que siempre, con sus ojos grises terminando de componer la expresión de quien se cree mejor que el resto del mundo. Pese a sus ropas modestas, a las que ha debido recurrir para viajar de incógnito con su amante durante el único mes en el que deja de lado sus responsabilidades como monarca, su pose es orgullosa. Se nota que no ha visto las comodidades de su palacio en varios días, ya que su barba está algo más poblada de lo que recuerdo. En su caso, su aura no tiene grietas. Parece toda de una pieza, de un gris claro como la piedra pulida, con manchas que casi parecen joyas por la intensidad de sus colores, mucho más claros y vivos que los de mi amiga. También tiene dorado en los bordes, lo cual me sorprende. Nunca he pensado que Lynne y él se pareciesen en nada, pero tiene sentido:  quizá por eso se complementan tan bien.

—No sé qué decirte, a mí parece que sigue igual de enano. ¿No va siendo hora de que pegues el estirón?

Veo que su pasatiempo favorito sigue siendo sacar de quicio a la gente.

—¡He crecido al menos una cabeza!

—¿De hormiga?

Me mantengo al lado de Lynne, para que vea que somos de la misma altura.

—¿No ves que ya soy tan alto como ella?

—Lo cual tampoco es muy difícil. Ella es más bien poca cosa.

Lynne deja escapar una exclamación ofendida, pero yo ni siquiera me molesto en fingir que me provoca. A pesar de la afrenta, me echo a reír y lo abrazo, a lo que él responde revolviéndose y poniéndome la mano en la frente, para intentar apartarme.

—¡Quita, quita! —gruñe, pese a que sus ojos destellan con diversión.

Pronto dejo de luchar. Al darme la vuelta, compruebo que los Maestros me miran con curiosidad, mientras que Clarence, que se ha acercado, parece sonreír, casi enternecido. Sabe lo mucho que los echaba de menos. Las ganas que tenía de abrazarlos a los dos, porque a veces las cartas no son suficientes. Me froto la mejilla.

—Lo lamento —digo, y me siento en el reposabrazos del sillón de Lynne, algo apurado. Sé que no es de muy buena educación, pero quiero tenerla cerca.

Cuando ella se acomoda, cerca de Arthmael, sus auras parece extenderse. Las líneas doradas que había percibido se tocan, como si se buscaran, y parecen bailar al son de sus latidos. Se enredan, se atan y vuelven a soltarse. Es lo más hermoso que he visto en mucho tiempo. Entreabro los labios. De pronto entiendo lo que significa. Nunca había imaginado el amor así, pero tiene sentido. Y siento unas irresistibles ganas de tocarlo. De ayudar a que las dos auras se junten, como si fueran maleables. Pero sé de antemano que no lo van a hacer. Que permanecerán independientes, separándose para volver a encontrarse, jugando, probando los límites, confundiéndose. Siempre en movimiento.

¿Es esa la apariencia del amor verdadero?


Si habéis leído Sueños de piedra, ¿os ha gustado volver a ver a Lynne y Arthmael? ¿Os gustaría seguir viendo más de ellos? Como siempre, esperamos vuestros comentarios en esta entrada o en en el hashtag #TíteresDeLaMagia.

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