Antihéroes, Relatos

Relato: Feliz cumpleaños

¡Hola y feliz San Valentín!

Este mediodía hicimos una encuesta en Twitter preguntando sobre qué mundo os gustaría que subiésemos un relato, y (aunque por muy poco margen) el ganador fue el mundo de Antihéroes, así que nos hemos puesto manos a la obra para traeros un pequeño regalo de San Valentín. Para ello, nos hemos centrado en el otro gran acontecimiento del 14 de febrero: el cumpleaños de Alicia. ¿Le habrán preparado los antihéroes una sorpresa?

Este relato, narrado desde la perspectiva de Alicia, contiene spoilers del final del libro. Así que leedlo bajo propia responsabilidad.

Feliz cumpleaños

Yeray

ALICIAAAAAA. ¡¡¡Ya podemos llamarte vieja!!! ¡¡¡Felicidades!!!

(Soy el primero, que quede bien claro.)

Mei

¡Felicidades, Ali! ❤

Miranda

¡Espero que empieces el día muy bien!

Yeray

Seguro que no responde hasta dentro de media hora. Apuesto a que Esther la ha llamado por teléfono para ser la primera en felicitarla

Cristian

Alex dice que seguro que lo sabes porque has intentado llamarla a las 23:59 y comunicaba.

Felicidades de parte de los dos, Alicia. 

Yeray

¿¿Por qué iba a hacer eso?? Bastante la escucho ya todos los días en clase como para querer llamarla. Que la aguante Esther, que para algo es su novia

Sam

Deja de hacerte el duro, que ya sabemos que eres sólo fachada, Yeray

Yeray

Soy un chico duro. Como las galletas que nos regaló Mei por Navidad.

Mei

ERA MI PRIMERA HORNADA.

Te dije que no tenías que comerlas, si no querías.

Yeray

Eran duras pero estaban buenas. De nuevo, como yo.

Sam

A mí me gustaron más las galletas: al menos ellas estaban en su punto correcto de azúcar, no como otros en ciertos días, ¿eh?

Cristian

Por favor, no empecéis… 

Alicia

Gracias, chicos ❤ Mañana por la tarde os invito a algo.

Y no, Yeray no me ha llamado. Creo que estaba decidiendo el meme perfecto para Sam por San Valentín. Lleva una semana pensando en ello. ¿Ya se lo has mandado? 

Sam

Si os lo estáis preguntando, no ha sido nada original, pero al menos no ha vuelto a enviarme el de Sam va lentín. 

Miranda

El año pasado amenazaste con romper con él si volvía a hacerlo. Creo que aprendió la lección.

Alicia

¿Yeray? Te has quedado muy callado. ¿Algo que decir en tu defensa o te estás muriendo de la vergüenza? 

***

Yeray sigue callado en el chat y yo me giro hasta quedar tumbada sobre mi estómago. Apuesto a que está rojo como un tomate, como sólo se pone cuando el asunto trata de Sam. Al final, sin embargo, las cosas siempre le salen bien. Incluso cuando primero lo fastidia. Y las probabilidades de que fastidie todo de alguna manera son demasiado altas…

Bostezo. Me gustaría quedarme despierta un poco más, pero me levanto en siete horas. Clase en la universidad los viernes, ¿a quién se le ocurre? Me encantaría poder saltármelas y pasar la mañana con Esther, como era el plan inicial, pero tengo práctica y cuenta para nota. Apoyo la mejilla en la almohada. Al menos ha prometido venir a recogerme a la salida y, conociéndola, habrá pensado algo más. Algo que ha intentado acallar siempre que yo estaba cerca cantando muy alto en su cabeza, como si eso fuera a hacer que mis poderes dejasen de funcionar. 

A veces son un verdadero engorro.

Estiro el brazo para apagar la lamparita y me acomodo debajo de las mantas. Me encanta este momento, antes de dormirme, cuando es lo suficientemente tarde como para que todo el mundo duerma y haya verdadera paz en mi cabeza.

Creo que me quedo dormida. No mucho, supongo, pero lo siguiente que sé es que la luz se enciende y alguien hace sonar un matasuegras. En mi oreja.

—¿Qué co…?

—¡¡Felicidades!!

Parpadeo y me incorporo. Cinco caras (Yeray, Sam, Cristian, Mei y Miranda) me observan desde arriba, desde ambos lados de mi cama, con sonrisas y diversión. Me han dado un susto de muerte, pero eso ellos no lo saben. O quizá sí, y por eso sonríen tan ampliamente. Yeray, en especial, parece un maníaco, con ese matasuegras en la boca y tan pagado de sí mismo que su ego no le coge dentro de la chaqueta. 

—Gracias —digo, quizás algo a destiempo—. ¿Qué hacéis aquí?

—Venimos a llevarte a tu fiesta de cumpleaños. —Mei casi parece saltar sobre la punta de sus pies. No deja de repetirse dentro de su cabeza «No lo pienses, no lo pienses» y, en realidad, es bastante adorable. Sobre todo teniendo en cuenta que ya he visto el destino en la cabeza de otros dos de los presentes.

—Lo siento, pero tengo clase por la mañana. Quizá podamos dejarlo para otro…

—Mientras estés en la uni a tiempo para la clase no habrá problema, ¿no? —La lógica de Miranda es casi impecable.

—¿O es que ya estás demasiado vieja para ir de empalme? Si tienes que dormir tus ocho horas lo entendemos, abuelita. Pero cuando eras más joven molabas más. 

Claro que Yeray va a recurrir a picarme en el orgullo en un intento de manipularme. Es un idiota. ¿Manipularme? ¿A mí? ¿Quién se cree?

—Eres mayor que yo, te quiero recordar. 

—Y me conservo mucho mejor. Al menos, yo nunca le digo que no a una fiesta.

Gruño. Es exasperante. Pero ha conseguido que me levante. Cojo el abrigo del perchero de la puerta y me lo pongo sobre el pijama. También me calzo las zapatillas y, aunque Yeray mira las cabezas de los conejitos con curiosidad, cuando abre la boca, Sam le da un codazo en las costillas que le obliga a tragarse el comentario sobre lo lindos que son y si me los ha regalado mi abuela (que, por cierto, así ha sido), y gimotea en su lugar.

—¿Vas a ir así? ¿De verdad?

—Es mi cumpleaños, Yeray. Y me visto como quiero. Y parece que la fiesta va a ser privada…

Él se muerde la lengua, pero sabe que no puede protestar, así que simplemente se saca un gorrito de cartón del bolsillo trasero de los vaqueros y me lo pone sobre la cabeza. Me lo sujeta con una goma. Debo de parecer una niña de cinco años.

—Un año más refunfuñona, por lo que veo —me dice.

Porque sé lo que está pensando, no me enfado. De hecho, consigue que sonría, muy a su pesar. 

—Parece que me va a tocar un año más de ser tu amiga, también.

Es absurdamente sencillo hacer que Yeray pierda el norte. Cualquier muestra de cariño hará que se derrita, especialmente si no se la espera. Y para mí es demasiado fácil pillarlo por sorpresa.

—Anda, vamos. 

Yeray me tiende una mano a mí y otra a Sam y, el resto se sujetan como pueden.

Como siempre, desaparecer hace que me dé un tirón en el estómago y que, bajo mis pies, el mundo parezca girar antes de quedarse quieto de nuevo. El aire frío de una noche de mediados de febrero me deja momentáneamente sin respiración tras el calor de mi cuarto. Madrid, como siempre, es demasiado ruidosa sea la hora que sea, y el sonido de los coches sube hasta las alturas. Siento vértigo y tengo que echarme un paso hacia atrás, para apartarme de la barandilla. Como salidos de la nada, en cuanto lo hago, un par de brazos  me rodean la cintura.

Doy un respingo. Sorprendida dos veces en una noche. Creo que es un récord.

—Feliz cumpleaños, Alicia.

Me giro para encarar a Esther. Ella está sonriendo, por supuesto, tan pagada de sí mismo como el tonto de Yeray. Solo que a ella le sienta muchísimo mejor: hace que le brillen los ojos, y que me resulte imposible no querer comérmela a besos.

—Idea tuya —murmuro. No es una pregunta—. ¿Cuánto tiempo llevas preparando esto?

—¿Cuánto tiempo llevo evitándote?

Río. Es cierto. Los últimos días han sido más mensajes de WhatsApp y llamadas que citas de verdad.

—Suponía que averiguarías mi sorpresa, así que hemos improvisado esto de última hora.

—A mí me gustaba la idea de que vinieras a recogerme después de clase y me llevases a comer.

Esther sonríe y probablemente yo sea una cursi, pero parece que ilumine un poco más mi mundo. 

—No he dicho que no puedas tener las dos.

Mi novia me coge de la mano. Estamos en la azotea del Metrópoli, el mismo edificio que aparecimos después de escapar de CIRCE por primera vez, y alguien (unos cuantos alguien) ha puesto una mesa allí en medio, con una tarta de supermercado y un montón de platos y llenos de chucherías y aperitivos. Incluso han traído una botella de champán… Bueno, cava.

Reconozco la mano de Mei en las servilletas de papel dobladas como cisnes y la de Yeray (probablemente) en las botellas de alcohol. También hay refrescos. Y un par de paquetes de regalo envueltos de una manera que sólo Cristian puede conseguir. El árbol de Navidad que ponen en su casa todos los años es digno del póster de una película de Netflix.

—Su trono aguarda, majestad.

Río al ver que alguien le ha pegado una corona a una silla de plástico de jardín. El culmen de la elegancia.

Pero me encanta.

De hecho, estoy segura de que no lo cambiaría por nada.

—No hacía falta todo esto —digo, un poco cohibida, mientras todos se mantienen en pie mientras no me siento.

No hace falta que nadie diga nada, porque yo ya sé lo que piensan.

—Sois realmente estúpidos —les digo. Pero ellos son conscientes de que no estoy hablando en serio.

Saben, sin lugar a dudas, que son realmente los mejores amigos que podría haber encontrado nunca.

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