El dragón y el unicornio, El orgullo del dragón, Relatos

Libro sagrado: La Gaiea

Como sabéis, Viria no es el único país que existe en el mundo en el que se desarrolla El orgullo del dragón. Al otro lado del mar se encuentra Gineyka, que tiene su propia cultura y, naturalmente, sus propias creencias. Allí no tienen El libro de Aión como texto sagrado, sino La Gaiea, en donde hemos encontrado un mito de creación del mundo muy diferente al que cuentan en Viria…

libro sagrado-gineyka copia

La creación

En el inicio sólo había oscuridad en el firmamento y un mar quedo, sin fondo, sin olas ni mareas, quieto como un espejo enfocado hacia la nada. En el agua, negra y fría, se escondía la capacidad de existir, pero no había nadie que le diese forma ni voz alguna que le ordenase empezar a ser.

El mundo permaneció así, sin cambios, sin tiempo, hasta que el horizonte se rompió. Al principio fue el más leve punto de luz, una estrella errante y perdida que había acabado reflejada en el quedo océano. Poco a poco, sin embargo, el lunar luminoso se fue agrandando hasta que el cielo terminó por desgarrarse como si fuera de papel. Entre sus bordes, que ardieron un instante antes de desaparecer, se encontraba un lienzo azul en el que brillaba el Sol, que calentó el aire e hizo cada rincón del inmenso mar visible. El tiempo empezó a fluir, llegado de otro mundo, y de allí vino también una amazona a lomos de un unicornio, que despertó con su canción al universo durmiente.

Adarbak, la montura de la diosa Gaia, podía caminar sobre las aguas, que apenas se molestaban a su paso. Y mientras él avanzaba, con la cabeza bien alta y su cuerno hendiendo el aire, su jinete cantaba a la existencia, forzándola a salir a la superficie, e iba dando forma con su voz al nuevo mundo que deseaba crear. Sus palabras se volvieron tierra, se volvieron montañas y valles y llanuras, pues sus notas cambiaban a medida que cabalgaba y dejaban tras de sí la impronta de su tono. Sus palabras se volvieron semillas para la hierba y las flores, para los arbustos y los árboles. Sus palabras se volvieron alas para los animales, escamas, fauces y garras, gruñidos y cantos de pájaro.

Gaia hizo del mundo, durante los veintiocho días que siguieron, un vergel de abundancia y naturaleza. Ansiosa por la vida, buscaba crear aquello que pudiera conservarse para siempre, que fuera tan infinito como ella. Miles de mundos habían resultado en poco más que intentos fallidos. Decidió entonces, en el último día de creación, que faltaba algo que cuidara de su creación y lo protegiera de los Desastres, que siempre arrasaban todo aquello a lo que ella daba forma. Tarde o temprano, aquellos seres que se hacían corpóreos como terremotos, huracanes o enfermedades, encontraban la vida de Gaia e insistían en destruirla.

Así fue como decidió crear a las mujeres. Para ello, se presentó ante el primer árbol que había nacido y cantó con la añoraza de quien desea a una igual. Las raíces se levantaron desde el suelo y crecieron hasta crear cuerpos, que despertaron cuando la voz de la diosa lo ordenó.

Perdidas, sin saber dónde se encontraban ni por qué, las mujeres tan sólo escucharon la poesía con la que la amazona se dirigió a ellas y aceptaron como propia la misión que se les encomendó. La tierra era su hogar y no serían dignas de él si no lo cuidaban de manera apropiada. Si fallaban, los Desastres empezarían a rondar aquel mundo y, como habían hecho con tantos otros, lo destruirían.

Las mujeres aceptaron su sino y se arrodillaron ante quien les había dado una vida y un destino.

Gaia estuvo convencida de que aquel nuevo mundo no caería.