Jaulas de seda, Marabilia, Reinos de cristal, Relatos

Relato: Al son del oleaje

¡Hola, marabilienses!

Como hemos anunciado en redes, el próximo lunes 14 de octubre se publicará la quinta y última parte de la saga Marabilia, Reinos de cristal. Ya sabréis que esta novela ocurre diez años después de la historia contada en Sueños de piedra, aunque el foco no estará puesto simplemente en Lynne y en Arthmael, sino también en todos los protagonistas de los demás libros de la saga.

Para celebrar la publicación, hemos decidido publicar un relato cada jueves hasta el día de lanzamiento. Estos relatos, que no contendrán spoilers de la última novela, sí que contarán pequeñas historias o momentos de cierta relevancia en la vida de los personajes…, y en Reinos de cristal. Los relatos se publicarán en orden cronológico, siendo el último el más cercano al tiempo de la novela, y estarán narrados a través de distintos personajes que tienen voz en la historia final.

Hoy comenzamos con un texto desde la perspectiva de Ivy de Dione que contiene spoilers importantes de Jaulas de seda, aunque se sitúa antes de los sucesos narrados en su epílogo.

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Ivy

Estoy segura de que nunca olvidaré este momento. De que, por muchos años que viva, por mucho que se emborronen las imágenes de mis recuerdos, los sentimientos que dejan esta tarde a punto de acabar no podrán desaparecer. Sabré que la luz colándose en la gruta hacía refulgir las aguas como si alguien hubiera dejado caer pequeñas piedras preciosas sobre su superficie. Me aferraré al sonido del vaivén de las olas lamiendo la piedra y tratando de darle forma. De alguna forma, volveré a escuchar su risa, a imaginarme su sonrisa, mientras hablamos de todo y de nada con los pies mojados y los dedos secos y entrelazados.

Sé, también, que podrían ofrecerme el mundo y yo rechazaría la oferta por tenerlo a mi lado como en este instante, con sus besos cosquilleándome todavía en los labios y la seguridad de que a ninguno de los dos nos preocupa que puedan estar buscándonos por todo el castillo de Granth.

Estoy convencida de que nunca me había sentido tan libre como cuando hemos decidido escapar de nuestras obligaciones y hemos paseado por la playa, recogiendo conchas y hundiendo los talones en la cálida arena blanca. Nunca me había sentido más yo que cuando he corrido para esquivar las olas y he dejado que la espuma de mar se deslizase entre nuestros tobillos mientras respirábamos del aliento del otro. Mientras bailaba al son del oleaje con las faldas recogidas alrededor de los muslos y su mano ha tocado algo dentro de mí incluso por encima de la ropa y la carne y los huesos.

—¿Fausto?

El príncipe de Granth se vuelve hacia mí. No podemos ver al sol hundiéndose en el mar, pero a través de la entrada marina de la gruta que él me ha descubierto podemos contemplar los colores que se suceden en el cielo a medida que oscurece. El azul brillante y despejado se ha ido enfriando e imagino que la primera estrella no tardará en salir.

Quiero decirle que no volvamos. Que nos quedemos aquí, muy quietos, con la esperanza de que el tiempo se detenga para nosotros. Quizá, si no hablamos, si no hacemos ningún ruido, las horas pasen de puntillas sin tocarnos y no llegue el momento de irnos a dormir. A lo mejor así en dos días no tendremos que volver a separarnos. No tendremos que volver a las cartas, que son un pobre sustituto de su voz en mi oído y su calidez y el olor a sol y brisa de mar del que no me había dado cuenta hasta que se marchó de Dione.

Su mano libre, la que no está secuestrada bajo la mía, se mueve para arreglarme esos mechones que se han soltado de mis trenzas y han decidido jugar con el viento y la sal. Entiendo que el gesto es un intento de decirme que me escucha. Que quiere saber lo que ronda mi mente.

—Casémonos.

No es una pregunta. Es un susurro urgente, casi desesperado, que parece marcharse demasiado rápido de mi alcance y se aleja, sin remedio, empujado por las olas.

Él parece sonreír, aunque me fijo en que sus ojos se han abierto más de la cuenta por un instante. No se pone nervioso ni se avergüenza, como pensé que haría, tal vez porque ya hemos compartido demasiado. Porque igual que hemos dejado fuera de este lugar nuestras responsabilidades, hemos intentado dejar también atrás nuestros miedos.

—¿Ahora? —repone, con el brillo de la risa en sus ojos.

Yo no me río. Vuelvo la vista a la espuma de mar, a las ondas que acarician nuestra piel.

—En otoño, cuando nadie lo espere. No se lo diremos más que a unos pocos. No habrá grandes festejos, tampoco. No quiero que en la ceremonia seamos nada más que lo que somos hoy aquí. No quiero… que la gente vea a la reina de Dione y al príncipe de Granth cuando nos miremos a los ojos y nos prometamos amor.

Fausto no dice nada durante unos segundos. Las yemas de sus dedos recorren mi pómulo, apenas una presión controlada contra mi rostro. Yo reconozco el más leve calor en mis mejillas, como cada vez que me mira más de la cuenta. Me pregunto si piensa que estoy siendo caprichosa. Si se burlará de mí y creerá que es todo parte de una broma que ni yo misma entendería.

Al final, sin embargo, solo me hace girar la cara para que lo enfrente.

—Habrá gente que se enfadará —me avisa, como si yo no hubiera pensado ya en ello. Su familia, para empezar. Su padre, que estoy segura de que él no querrá que venga. A algunos de mis consejeros, que quiero tan lejos como pueda del día de mi boda.

—Que griten y se quejen si quieren. Para cuando se enteren ya no habrá nada que puedan hacer para apartarnos.

El desafío en mi voz, como siempre, hace que sus ojos centelleen. Que su sonrisa, la de los hoyuelos, la sonrisa sincera que siempre me reserva, aparezca en sus labios. Su rostro se acerca. Un suspiro choca contra mis labios.

—¿Y crees que después de todos los problemas que hemos tenido consentirán que tu esposo sea alguien que no se ha elegido previamente? Un isleño, ni más ni menos…

—Su reina lo ha elegido. Eso debería ser suficiente.

Mis párpados se entornan para intentar enfocarlo. Para intentar parecer molesta, aunque es difícil para mí concentrarme cuando la respiración del príncipe se convierte en la mía propia. Sus brazos se han ceñido entorno a mi cintura.

—Entonces, ¿realmente voy a ser el primer príncipe consorte de Marabilia? —murmura, sus labios tan cerca de los míos que se tocan.

La primera reina por derecho propio y el primer consorte que no será rey. La idea es extraña y emocionante. Y no puedo evitar querer ver qué otras cosas nos depara el futuro. Asiento y cierro los ojos.

El beso lo convoco yo, dulce y lento, con sabor a mar y a promesas de nuevos comienzos. De una aventura que sé que ambos estamos ansiosos por enfrentar, incluso si el camino no es fácil.

Cuando nos separamos, cuando nos miramos a los ojos y nos sonreímos y nos prometemos que va a salir bien, mi voz no suena más alta que el vaivén de las olas. No quiero molestar a las sombras que se han hecho con la gruta, que se deslizan por nuestras pieles y nos recorren las ropas como si quisieran fundirse con nosotros.

—Entonces, ¿te casarás conmigo, Fausto de Granth?

—Te daré el mundo entero, si tú me lo pides.

No necesito el mundo entero. Solamente lo necesito a él en mi vida, cerca, como lo están todas las personas que quiero. Nunca me atrevería, de todas formas, a pedir nada más que mantener este momento en la memoria.

Con otro beso, con la luz del atardecer desapareciendo del cielo y la primera estrella abriendo los ojos, sellamos nuestros destinos.

8 comentarios en “Relato: Al son del oleaje”

  1. Hola. He leído este pequeño relato de ellos con una gran sonrisa porque son demasiado adorables juntos. Una boda que sea sólo suya y con los que los quieren como son es lo que merecen. Me crea muchas más expectativas para el libro.
    Gracias por compartirlo.

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